Publicado: jueves 5 de diciembre por ESTEFANÍA ORTAS DE HARO (*)
Aquel día era el primero que iba a trabajar con una niña autista. Nada hacía sospechar que esa pequeña rubia de cabellos rizados tuviera TEA. La trajo su padre prácticamente dormida, solo quería estar sentada y acurrucada, pero no le apetecía trabajar.
La especialista tardó en despertarla; ella le hablaba de mí, intentando crearle curiosidad, había una chica nueva que iba a jugar y a trabajar con ella. Apenas abría los ojos, pero ya esbozaba una tímida sonrisa, algo pilla, comenzando a echarle un poco de cuento al asunto. Cuando conseguimos despertarla, jugando con ella entre colchonetas y columpios, me llevé una gran sorpresa… ¡qué ojazos!
¿Desde cuándo una persona con TEA establece contacto visual directo con otra persona? y yo que pensaba que “Ricitos de Oro” no me iba dedicar ni una mirada, ¡qué suerte tenerla con nosotras! Fue lo primero que me llamó la atención de esta pequeña tan especial, aunque, cuando comenzamos a trabajar, enseguida me di cuenta que no sería lo único que me sorprendería.
Desde el principio, me empezó a mirar de arriba a abajo, parecía que inspeccionaba cada gesto que hacía, cada palabra que decía. Cuando la miraba a los ojos, ella sonreía como si me estuviera dando permiso para trabajar con ella, con una increíble simpatía.
Comenzamos a trabajar con ella el “sí” y el “no”. La especialista me explicó que estaba intentando que diferenciara ambos conceptos, estableciendo así algo básico en la comunicación y siendo de gran utilidad para responder ante la formulación de cualquier pregunta sencilla. Trabajamos otras dos cosas básicas: “¿qué quieres?” y “dame/quiero…” No me esperaba que, tras preguntarle “¿qué quieres?” y la especialista le dijera “dile qué quieres; quiero más”, ella fuera a repetir ese “más” de una forma tan clara. Pronunciaba las tres letras de esa palabra como si la hubiera estado utilizando a diario y la “s” la decía como si estuviera imitando el sonido de una serpiente. Trabajó durante toda la sesión sin ningún problema, sentada en una pequeña mesa con nosotras, utilizando diversos materiales en varias actividades.
En un momento de la tarde, quiso abrir un envase, cuyo tape estaba bien cerrado. Vio que no podía después de haberlo intentado varias veces, me miró fijamente con una llamativa expresión de desesperación y me acercó el recipiente. La guiamos para que nos pidiera ayuda comunicándose con palabras, y no solo con gestos, expresiones faciales y sonidos. Cuando le abrí el bote, dibujó una enorme sonrisa en su cara mientras me miraba a los ojos.
Cuando te imaginas a una persona con TEA, lo "típico" es pensar en alguien aislado, poco o nada participativo o atento a su entorno. Además, ya sabía de la existencia de este trastorno en las mujeres (aunque nunca había tenido la oportunidad y la suerte de trabajar con una de ellas), pero tenía entendido, por lecturas y estudios que, en estos casos, la severidad es mayor. Sin embargo, esta experiencia a mí me está mostrando la excepción que confirma la regla.
Será sin duda un gran regalo poder seguir aprendiendo con ella, Ricitos de Oro.
(*) Estefanía actualmente desarrolla sus prácticas como estudiante de máster en la asociación Autismo Huesca