Publicado: jueves 29 de octubre por ELSA CORTÉS AZNAR
Lo siento mucho, pero la verdad es que me esperaba mucho más de este mundo. Pensaba que seríamos más fuertes. Pensaba que podríamos comprender mejor las cosas. Y no es así. Hace tiempo le iba a empezar a dar clases a una persona. Quedamos un día para empezar. Pongamos un viernes. El jueves me dijo que si lo dejábamos para la siguiente semana, un sábado. El viernes por la mañana recibí una llamada de esa persona y no supe más de ella. Supongo que me bloqueó en WhatsApp. Al cabo de un tiempo se volvió a poner en contacto. Si le podía dar clases a su hija. Le dije que no, que ya lo tenía completo. Me respondió que si alguien necesita trabajar lo hace hasta en fin de semana y que ya se veía que yo no era así. Le dije que también tenía alumnos en fin de semana y que el resto del tiempo lo dedicaba a estudiar, que no podía. Unos pensaréis que me aleje de esa persona, que parece tóxica. Otros me diréis que por qué la he dejado de lado tan rápido. Y otros simplemente lo ignoraréis y pensaréis “que hagan lo que quieran, no es mi vida”. La verdad es que me esperaba más del mundo. Tenía la esperanza de que algún día, en vez de prejuzgar intentáramos comprender y ser asertivos. Pero ya veo que no. Estamos condenados a vivir prejuzgando.
Sí, se llaman prejuicios. Prejuzgar es nuestra arma de defensa. Prejuzgamos cuando pensamos que detrás de alguien hay algo que nos va a hacer daño. Prejuzgamos cuando sentimos miedo de lo desconocido. Es un arma de defensa natural. Es puro instinto. Pero todo tiene un límite. Prejuzgar a un león y decir que te va a comer es instinto. Corres. Y existe la posibilidad de que ese león sea bueno contigo y no te haga nada, pero corres, porque te han enseñado a correr cuando tienes miedo. Prejuzgar a una persona sobrepasa los límites. Siento decirlo pero, los prejuicios son pensamientos. Y todos sabemos que sentir le gana el juego a pensar. Pero parece que no podemos sentir, que cuando mostramos nuestra imagen tenemos que ser inertes. No queremos vivir con dolor. Pero aceptar el dolor es lo que te hace ser feliz. Evitarlo y negarlo es lo que sigue prolongando la herida. Pero claro, nos han enseñado que si sentimos, somos débiles. No, si sentimos, somos vulnerables. No, si sentimos, pueden hacernos daño. Y si no sientes eres la persona más fuerte del mundo. Y nos han enseñado que el color negro representa la negatividad y el fin del mundo.
Siento chafaros la historia. El color negro significa todo lo contrario. Y la ciencia lo manifiesta. El color negro es negro porque absorbe todos los colores. El color blanco, que siempre ha significado pureza y plenitud, no los absorbe; los repele. El color negro nos explica que hay que dar la bienvenida a lo que venga y aceptarlo, y el blanco nos cuenta lo contrario. Sin embargo, la humanidad lo ve al revés. Se llaman prejuicios. La apariencia: el negro muy malvado y el blanco muy puro. La realidad interna: el negro humilde y el blanco repelente. Si hasta con los colores prejuzgamos, ¿cómo no íbamos a hacerlo con las personas? Pero yo me esperaba más. Me esperaba poder llegar a ser algo más que un solo color. Ya veo que algo sigue fallando y que lo seguirá haciendo. Y lo más triste de todo es que cuando de verdad nos dicen “qué guapo/a eres” en vez de un “gracias” respondemos con un “bah, tampoco es para tanto”.
El mundo está loco. Y locura no es hacer algo ilegal o vivir siendo un payaso. Locura es quejarse sin poner alternativas. Locura es prejuzgar. Y locura es no agradecer las cosas bonitas que últimamente se necesitan tanto. Y no sé si el TEA me dará o no súper poderes, como algunos sé que piensan, pero mi cuerpo se revela y no puede vivir con tanto maquillaje por fuera, guardando tanta verdad por dentro.
#TEAconA
#TodoSaldráBien
#¡FelizOtoño!