Publicado: jueves 29 de abril por ELSA CORTÉS AZNAR (*)
El otro día se murió mi tío abuelo. Fui al entierro. Lo vi en la vitrina. Fue la primera vez que veía a alguien muerto en una vitrina. Al rato me noté latidos fuertes en el corazón. Normal. Qué susto. Qué impresión. Aunque he de decir que estaba bastante bien maquillado y parecía que estaba durmiendo. Pero no tenía color en la piel. Todo estaba ido. Funeral, lágrimas y un paseo por el cementerio. Fuimos a ver a mi abuelo después, al que yo no conocí. Había conejos revoloteando por ahí y vi a un chaval joven en bici. Luego había otro funeral y vimos a mucha gente yendo al enterramiento de otra persona. Soy de números y me fijé en las edades de la gente que se moría. 75 años. 78 años. 45 años. De repente un bebé. Y de repente alguien de mi edad. Y dicen que la esperanza de vida está ya por los 80. Sí, había gente de noventa y pico años. Pero también había gente de mi edad. Y eso me hizo pensar. ¿Qué soy yo? ¿Qué somos? ¿Qué habría pasado si mi tío abuelo siguiese vivo y fuese mi madre la que muriese?
No, es que, el otro día, mi madre casi tiene un accidente en coche y se libró casi por milagro y porque tuvo buenos reflejos. Un jabalí, que apareció de la nada. Unos segundos que habrían hecho que pasase algo que… No me lo habría creído. Pero bueno, no quiero pensar en eso.
Somos polvo, eso es lo que pasa. Un cementerio… ¿para recordarnos que vamos a terminar ahí? O para recordarnos de que disfrutemos… Que disfrutemos, coño. Que no suframos, que no nos peleemos. ¿Acaso tiene sentido acabar peleándose por una silla siendo adultos si todos vamos a acabar en el cementerio? ¿Tiene sentido sufrir? Qué manera es esta de vivir. Estrés, prisa, aceleración… Eso es lo que se lleva ahora. Un semáforo en rojo y ya estamos mirando como locos a ver cuándo podemos pasar. Y lo cruzamos en rojo, y quien lo hace en verde es el raro. En serio, ¿quién sigue la norma es el raro? Pues oye, llamadme rara, pero yo no quiero que me atropelle un coche por querer ir deprisa y no salir cinco minutos antes de casa. Que son cinco minutos. Y que si llegas tarde por algo justificable, pues para qué ir deprisa.
Yo tuve un accidente de coche de cría. Con once años. Luego cada vez que subía al autobús del instituto iba acojonada. Lo denunciamos porque se alejaba mucho de la raya del centro de la carretera. El conductor dijo que conducía así porque tenía prisa. Ya, prisa. Siempre es prisa. ¿Y qué le pasa a la lentitud? Que ahora se considera un súper poder. Lo oí en una charla de estas del BBVA. Y ahora estoy escribiendo con prisas. Lo notáis, ¿no? Frases cortas. Y esa es la clave para saber cómo está una persona sólo por cómo te escribe. Frases cortas y muchos puntos: aceleración. Frases largas y con comas de manera que no te ahogues pero que tampoco vayas atropellado: calma. La escritura es un arte y fijaros si es así, que en unas pocas líneas he conseguido que paséis de estar alterados por tantos puntos a tener que leer una oración que casi no tiene comas y os impide respirar. Pero os sentís muy relajados, ¿verdad?
Respira, que ya termino. A lo que voy es, ¿para qué ir deprisa si luego vas a acabar donde todos? ¿Para qué ir deprisa si no vas a disfrutar del momento? Mira, si quieres disfrutar, tendrás que ser lento. Porque si eres como una explosión, no vas a disfrutar del momento, porque no dura lo suficiente como para que te puedas dar cuenta de lo que ha ocurrido. No te da tiempo de analizar.
Conclusión: desestrésate, disfruta del camino y empecemos a tener un poco de ese arte que te permite enterarte de lo que está ocurriendo en ese preciso momento. Porque cuando sea demasiado tarde, cuando esa persona ya esté en esa vitrina que a todo el mundo nos provoca lágrimas, lo hecho, hecho estará. Y arrepentirse de no haberlo intentado… Menuda.
(*) Elsa colabora mensualmente en la sección TEA con A con la Asociación Autismo Huesca. La asociación no es responsable de las opiniones que aparecen en el artículo, siendo estas personales y manifestadas con total libertad por su autora.
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