Publicado: jueves 3 de junio por SONIA G.M. (*)
Dentro de las conversaciones mantenidas estas semanas previas entre estudiantes en prácticas en Autismo Huesca y niñas o mujeres socias de la asociación, que hemos ido recopilando y publicando en TEA con A, esta semana se nos ofrece un verdadero regalo. Sonia, una de las jóvenes socias de Autismo Huesca, dejaba fluir su creatividad en su encuentro con Ainoa, estudiante universitaria del grado de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, dando como resultado una historia que nos ha parecido conmovedora, valiente y muy emocionante. La transcribimos aquí para que cuanta más gente mejor, pueda conocer un pedacito del enorme mundo interior de las niñas y mujeres con TEA.
Como se suele empezar, "Érase una vez...":
Esta historia podéis pensar que es como todas las historias de inmigración, pero tiene un trasfondo que conoceréis al final del relato. Estad atentos hasta el final y lo vais a descubrir:
"Mi nombre es Kira, y aunque ahora vivo en Sabadell, nací en Pakistán. Mi infancia fue muy feliz, pero en mi pueblo la gente no paraba de hablar de la pobreza. Yo siempre pensaba: "¡No hay quien entienda a los mayores!" "Si no se vive tan mal aquí". Es cierto que veía a gente pobre en la calle, y eso me daba mucha pena. Cada vez que los veía cuando iba al mercado con mi madre, siempre le pedía una moneda o comida para darles, y me acuerdo muy bien de las sonrisas que me devolvían.
Por otro lado, tengo muy buenos recuerdos de mi tierra. Todas las mañanas me levantaba muy temprano para ir a la escuela del pueblo, y al volver estaba toda la tarde jugando con mis amigas y mis primos. A veces, cuando en las vacaciones se nos hacía de noche y estábamos en la calle, nos gustaba mucho mirar a las estrellas y pedir deseos, y en las largas noches de calor, sacábamos una colchoneta y nos íbamos a dormir al corral bajo las estrellas.
Otro recuerdo que tengo de mi país, es mi primera bicicleta. Me la regalaron mis tíos cuando era pequeña, y en realidad era de mi madre cuando ella era una niña. Al principio me daba miedo montar por los caminos de tierra con muchas piedras, y todavía recuerdo las heridas de guerra que me hacía al caerme; hasta que finalmente aprendí a subir las colinas de mi pueblo con la bici y me sentía como una profesional.
Pero un día, todo cambió. Recuerdo que tenía 9 años, y mis padres me estaban esperando en casa tranquilamente. Era la hora de cenar, y aquel día estaba muerta de hambre, así que empecé a comer con gusto. Cuando terminamos, mis padres me dijeron:"Ven aquí, Kira. Tenemos que hablar de algo".
Ese tono no me gustó nada. Creía que iban a echarme la bronca por haber llegado tarde a casa y volver llena de barro tras haber estado jugando con los animales en la calle. Así que fui hacia el salón, un tanto incómoda, y me senté en el sillón.
-Ya sabes que estamos pasando una época un poco mala en el pueblo, y no hay mucho por hacer y tener trabajo. Por eso, tras haberlo pensado mucho, he decidido irme a otro sitio a trabajar- me dijo mi padre, un poco triste.
-No te vayas muy lejos baba- le dije a mi padre casi con lágrimas en los ojos. -Mamá se pondrá muy triste si nos dejas-.
-Hija, es que tiene que irse porque aquí no tiene trabajo, y tiene que mandarnos algo de dinero- me dijo mamá mientras me daba un abrazo.
-¿Y a dónde te vas? ¿A la capital o a Karachi?- pregunté muy inquieta.
-No, desgraciadamente me tengo que ir muy lejos de aquí. Me voy a otro país que se llama España, y no sé si voy a volver- dijo mi padre llorando y abrazándome.
El tiempo pasó, y cuando conseguimos todo el dinero trabajando en el mercadillo, se lo dimos a mi padre y se compró un billete de avión para España. El día de la despedida fue muy bonito, porque mamá cocinó como en un día de fiesta y también vinieron los tíos y los abuelos, pero a la vez muy triste porque no sabíamos cuando lo volveríamos a ver.
Tras hacer las maletas, se fue por la mañana muy temprano al aeropuerto. Ese día me levanté sin ánimos de ir al colegio o jugar, y en la clase de Geografía le pregunté a mi maestro: "Profesor, tengo una pregunta. ¿Dónde está España?" "España está en un continente llamado Europa, y para ir allí se necesita un barco o un avión. Hay que cruzar el mar casi hasta la otra punta. Pero, tú, ¿por qué quieres saber eso?", me preguntó el profesor bastante sorprendido.
"Mi padre se ha ido a trabajar ahí porque aquí no tenía trabajo. No sé cuándo volverá y lo echo mucho de menos".
Todos mis compañeros me miraron con una cara de asombro casi inexplicable. Algunos ni siquiera sabían de qué estaba hablando, otros me empezaron a preguntar por ello. Pero nadie sabía cómo me sentía por dentro.
Meses después, llegó una carta de mi padre. La abrí emocionada, porque no tenía ninguna noticia de él, y en el pueblo la gente decía cualquier cosa. La leí, y decía que iba a llevarnos a mi madre y a mí a España.
-Mamá, el papá nos ha dicho que nos vamos con él a España. Yo no me quiero ir, tengo a todos mis amigos aquí y estoy muy bien. ¿Por qué tenemos que ir allí?-. -Tenemos que irnos porque no tenemos trabajo, y allí podremos conseguir algo de dinero. Ya verás que es un buen país, conocerás a un montón de niños y aprenderás otro idioma, como a ti te gusta-, me dijo mi madre.
-Pero ya sé inglés bien y hablo urdu. Ya vale con tantos idiomas, y no sé qué voy a hacer sin amigos-, contesté bastante incómoda.
-Vamos a estar con baba todos juntos, y vamos a estar bien. Nos vamos en pocos días, así que deberías acostumbrarte a tu nueva vida-, respondió mi madre.
En aquel entonces no entendía a los mayores, pero si algo había aprendido es que era mejor callar antes que meterte en un lío. Así que obedecí y nos fuimos todos a España.
Nos fuimos a una ciudad llamada Barcelona, y de ahí a otra que se llama Sabadell. Pudimos comprarnos un piso en el centro, y abajo mis padres alquilaron un locutorio para que la gente pudiera comprar y mandar dinero a sus familias.
Eso sí, no encontré algo más difícil que hablar bien español y poder hacer amigos. Yo era bastante extrovertida, pero en clase se burlaban de mí por no entender el idioma y tener costumbres diferentes a ellos, y eso me hacía sentir rara y excluida de los demás; hasta que finalmente a mi colegio llegó una profesora nueva. Ella era muy alegre y cariñosa, y montó una clase donde a mí junto con un grupo de niños de muchos países, nos enseñaba a hablar español y a entender las lecciones. Este fue el paso más importante de mi vida para poder adaptarme bien a la vida en otro mundo distinto, y además aprendí de otros países y culturas del mundo, como siempre había querido.
Ahora tengo 17 años y puedo decir que esta experiencia se convirtió en un regalo para mí con el paso del tiempo. Cuando se puede, volvemos a nuestro país y me encanta volver a unirme con mi familia."
Finalmente, esta historia es ficticia, pero la autora soy yo, Sonia. Y mi historia real es que desde los 7 años he tenido que aprender a vivir con el Asperger y poco a poco ir adquiriendo habilidades sociales, sin olvidar que estoy madurando gradualmente y lo único que puedo decir es que, gracias a ellas, he podido hacer grandes amigos, mejorar en los deportes y pasar poco a poco de ser una persona rara y diferente a ser casi como una persona del montón y pasar desapercibida. Bueno... sólo a veces.
(*) El presente artículo ha sido elaborado mediante una conversación mantenida por Sonia, una mujer diagnosticada con TEA socia de Autismo Huesca, y Ainoa, estudiante en prácticas en esta misma asociación. Las opiniones que aparecen son personales y manifestadas con total libertad por su autora, no siendo responsable de las mismas la Asociación Autismo Huesca.
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